13 oct 2010

CAER CON ESTILO O LAS VERDADEDES DE LA VIDA

El fin de semana en el dominical de la Vanguardia encontré esta joya de Lucía Etxebarria, he leido varios libros de ella y en todos me parece que explica cosas muy cotidianas y muy sensatas, aquí escribo su artículo porque me parece que en pocas palabras explica el "que" de nuestras vidas.

La hija de una amigo, de trece años, estaba completando los ejercicios de un cuaderno de verano que debía ntregar ahora, en septiembre. Cuando le pregunté que por qué hacía deberes en verano si es una chica que saca sobresalientes en todo, me dijo que porque tenía un 9,5 en lengua y podía llegar a 10 si entregaba el susodicho cuaderno. A la respuesta de "¿y por qué necesitas un 10?", la respuesta fue: "Para poder elegir la carrera que quiera en la universidad?". "¿Y por qué quieres ir a la univerdidad?" "Porque de mayor quiero tener mucha pasta".
Analicemos los errores. basta con un siete de media para poder elegir carrera universitaria. Por otra parte, algunas de las personas con más pasta que conozco no tienen licenciatura. Por poner ejemplos: Ray Loriga, Elvira Lindo, Pedro Almódovar y Juan Marsé, que además de pasta disfrutan de mucho prestigio social.
Per amén de que encuentro poco eficiente el sistema de la niña para ser rica en un futuro (si te quieres forrar, hoy por hoy creo que lo mejor es convertirte en un nerd de internet, o salir contando tus miserias en la tele, ahora que lo de hacerse alcalde o concejal de urbanismo de un pueblo costero ha dejado de ser ultrarrentable) lo que me pareció es que la frase encerraba una competitividad, un materialismo y un perfeccionismo que, a partir de mi bola de cristal y de los consejos de Sabina la terapeuta, me hacen predecir que el futuro de la niña pueda ser uno de estos: o bien se convertirá en una fóbica social (porque autoimponerse criterios muy extremos de perfección suele ser la antesaladel miedo al fracaso, y muchos perfeccionistas acaban por tener pánico a las interacciones socialles temerosos de no estar a la altura), o bien será la típica niñata agresiva, prepotente y borde a la que no aguante más que su madre (porque la conducta agresiva muchas veces constituye una defensa ante el miedo al fracaso derivado de aspirar a metas demasiado exigentes).
Podría haberle dicho a esa niña que yo  tengo dos licenciaturas obtenidas con notas excelentes, y que hubo algún momento de mi vida en el que relamente manejé mucho dinero. ¿Y era feliz? No, en absoluto. Me faltaba lo esencial para serlo: autoestima. Y me faltaba autoestima porque, al igual que a esa niña, me habían educado para creer que mi valor residía en mis logros y no en mí misma. Esa niña cree que será feliz si es rica. Yo creía que podría ser feliz si adelgazaba cinco kilos, si encontraba una pareja devota, si conseguía que todas las personas que yo consideraba relevantes me apreciaran...tardé mucho en darme cuenta de que yo nunca iba a ser feliz en tanto no buscara la felicidad dentro de mí misma y no fuera.
Me hubiera gustado transmitir a esa niá que el secreto de rozar con los dedos en esta vida la muy esquiva felicidad consiste en ser coherente con uno mismo, que el valor de uno no reside en los ojos de los demás sino en el propio interior, en alcanzar los deseos y las aspiraciones más profundas-que normalmente nada tienen que ver con el dinero- y en disfrutar al máximo las propias capacidades. Me hubiera gustado saber hacerlo, digo, pero no quería enfrentarme con su madre, que vive obsesionada con el éxito académico y con el brillo social, y que es la que ha transmitido a su hija esa filosofía de vida. No sé, quizá su madre lea este artículo y reflexione. Quizá se dé cuenta de que en la vida los errores son necesarios, porque aprendemos de ellos más que de los logros. Que por eso no hay que aspirar a ser la mejor en todo. Yo al menos, intento estar orgullosa de mis errores, que son muchos. De hecho, de tanto tropezar es como he aprendido a caer con estilo.

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